sábado, 24 de noviembre de 2012

Una pequeña apuesta

El cielo parece estar alumbrado por un millón de focos. Todo el horizonte está coloreado como si soltara una infinita risa. Esta visita esperada del verano tuesta nuestra piel y reseca nuestras bocas, mientras el sudor resbala por nuestros rostros junto a una mezcla de olores que se confunden al atravesar el maizal. Todo allí huele a estiércol, a humedad, a pasto recién cortado. Y en este trajinar es que algunos tarros de leche vacíos vuelan por el aire, saltando, pateados por un pie travieso. Pero nos es indiferente, conocido. Por eso seguimos caminando aún más lejos por esta vegetación. Los gritos, la conversación interminable, lleno de datos simples y barriales, nos acompañan. A nuestro frente, en un extenso espacio, se divisa una gran fábrica, la Goodyear. Nos detenemos para decidir. Entonces doblamos a la derecha para continuar por una larga calle y llegar a la Av. Argentina —hay muchas fábricas en sus laterales—. La atravesamos y llegamos a un callejón. Hay casas pequeñas, achaparradas, con los techos llenos de objetos cadavéricos, destartalados. También encontramos gente negra y mestiza, como nosotros, que timbean en cuclillas, sentados, muy cerca de una pared y al lado de una ventana. Fuman y beben ron mientras escuchan la radio; gritan, se alientan y aprietan la boca como para escupir. A sus espaldas, tirado en una hamaca, hay un anciano con la cabeza de nieve y que lee un periódico. En el fondo hay niños también que retorciendo el cuerpo juegan al fútbol con una vieja pelota. Al pasar por delante de todos ellos llegamos a un portal estrecho e ingresamos a un descampado que está bordeado por una cerca de ladrillos sin tarrajear. Tres minutos después, estábamos al frente de la Av. Colonial. Casi al instante la cruzamos y atravesamos un campo lleno de innumerables árboles de eucalipto. Como muros medievales, allí estaban los edificios repetidos de la Unidad Vecinal Nº 3.

Al pasear en dirección a la piscina, nos encontramos con una casa que tiene una jaba de leche fresca al pie de la puerta. No hay nadie en la entrada ni en el jardín. Al principio lo dudamos, pero Zancudo trepó las rejas y llegó hasta la puerta. Cogió la jaba y nos la pasó. Los que pudimos nos hicimos de una botella y corrimos hasta perdernos. Los que tuvieron menos suerte, refunfuñando, nos siguieron a nuestras espaldas. Al final, bebimos todos.

Exhaustos por el calor y la agitada carrera, llegamos por fin a nuestro objetivo. La caminata había concluido y la collera del barrio, enterita, estaba afuera de la piscina de la Unidad Vecinal. Cuando nos acercamos a mirar por una rendija, nos dimos cuenta de que, por todas partes por donde uno mirara, había cuerpos femeninos: flaquitas, gordas, voluptuosas, más gordas y otras del tipo kion. Había también otras afuera, en la puerta de entrada, y que hacían la cola.

Muerto Fresco fue el primero en ingresar legalmente, era el mayor de todos y quién se había hecho de la chanchita. Una vez adentro, se encaminó furtivamente hasta un rincón, en donde había un frondoso árbol y muchos arbustos que bordeaban el local y que formaban una pared. Entonces buscó el agujerito que ya conocía y nos deslizó el boleto. El segundo en ingresar fue Zancudo, quien hizo lo mismo, y así sucesivamente. Ya todos en el interior caminamos, mezclados y lentamente, en dirección a las duchas, por una vereda que bordeaba la piscina más honda. No soplaba el viento y el calor se hacía más intenso. Todos ingresamos: Babosito, Cabezón, Cuchillo, Cachaquito, Muerto Fresco, Caldo Solo, Zancudo, El Gordo Petete y yo.

Apuradamente nos quitamos la ropa y la echamos en los casilleros. De repente estalla un bullicio cuando suena un ruido de monedas que caen al piso. Todos se arremolinan.

—Ya, no se hagan los pendejos —grita Caldo Solo.

Nuestros cuerpos desnudos son una mezcla de figuras incompletas: pichulas paradas y muertas, vellos ralos y casi transparentes; vellos oscuros y crespos. Muerto Fresco no se aguanta la risa, es una risa sonora y pendeja. No para de reírse; inclinado y señalando la entrepierna desnuda del Gordo Petete, se caga de la risa. Zancudo se acerca y le grita:

—¡Con esa huevada no le vas a hacer nada a la Negra Diana!

Todos se matan de la risa. El gordo avergonzado se escondió en un rincón. No sabía qué hacer. Solo nos observaba con los hombros encogidos y entrecruzando las manos que apretaban su calzoncillo a rayas contra su entrepierna. Así trataba de cubrirse la pichula muerta que le colgaba como una tripa de pollo. Viéndose acosado, desdobló el calzoncillo y se lo puso de inmediato. Está pálido, no puede hablar. Sabe que Zancudo le lleva bronca. Se da ánimos y camina unos pasos sin apartar los ojos de Zancudo. Cuando están frente a frente, midiéndose, hay cólera y odio en sus ojos. Para mediar, Cachaquito y Cuchillo se colocan en medio y los separan levantando los brazos y agitando sus desnudos culos. Viéndole de reojo, Zancudo escupe a un lado y muestra orgulloso su pichula erguida.

—¡Esto es carne! La Negra Diana debe estar aguantadaza por tu culpa… —grita Zancudo.

—¡Estás arrecho, huevón! —le grita Caldo Solo, interrumpiéndolo.

Durante algunos minutos, todo fue un griterío de insultos y risas.

Luego y después de ducharnos y cansados de joder, salimos con dirección a la piscina.

Ahora Muerto Fresco está en lo alto del trampolín y es el primero en la fila india. Yo, parado en el suelo, permanezco agarrado de la escalera, esperando mi turno. El gordo Petete no quiso subir. Le tiene miedo a la altura. Empiezan los clavados y yo soy el último. Es mi turno. La altura provoca un vacío vertiginoso en mi estómago. Ya es muy tarde para arrepentirse. Los muchachos se ríen observando mi duda. Pongo cara seria y luego sonrío, me aviento estirando mis brazos y juntando mis manos. Mientras me deslizo en el aire, se arremolinan un millón de cuadros en mi cabeza. El choque con el agua me despierta.

Por este feliz lanzamiento, salgo de la piscina y me dirijo al baño. En el camino me encuentro con un señor gordo, pelado y con gafas oscuras, quien me pregunta por nosotros. No le hago caso y mentalmente lo mando a la mierda, y sigo mi camino. Cuando me quedo solo, me vuelvo hacia mis amigos y veo al Cabezón tendido en el piso junto a Muerto Fresco que está en cuclillas con el pelo mojado y tiritando, y hablándole bajito.

Luego de salir del baño, busco al señor de la pelada, mirando para todos lados, pero no lo encuentro. Al diablo, digo y me acerco a la piscina. Entonces escucho a Muerto Fresco hablar con Zancudo, pero sin darle importancia.  

—La chiquilla que está a mis espaldas tiene un culazo. Te apuesto cinco maracas a que le doy una palmada en el culo —dijo Muerto Fresco.

Cabezón acepta el reto. Los otros sentados muy cerca de ellos, también escuchan el reto y aplauden con gestos sicalípticos. Emocionado, y de pronto, Cuchillo, gracioso y palomilla, corre y empuja al Gordo Petete, que cae desparramado en el interior de la piscina. Todos ríen.

—Oye tú, Pepe… Ven para acá, apura… Mira, hazme un favor. ¿Ves a la chiquilla que está a mis espaldas?

—Sí —digo, observándola.

—Es mi prima… Pero no la mires con roche, huevón… —Muerto Fresco se para y me da su sortija—. Anda y se la entregas, dile que vas de parte mía. Dile que me la guarde… No se me vaya a perder.

Yo inocentemente le creo. Así que me encamino con dirección a la chiquilla que está tirada boca arriba sobre una sillonera reclinable y al pie de una sombrilla. Cuando llego, y estoy frente a ella, la observo mejor: presenta un cuerpo voluptuoso; sus nalgas son redonditas y amplias; tiene la nariz cubierta de una crema blanca sobre su rostro lleno de pecas; sus cabellos son ondulados y sus ojos están cubiertos por unas gafas negras. Es muy hermosa.

—Mi amigo, el que está allá —lo señalo—, dice que es tu primo. Que, por favor, le guardes esto.

Ella se quita los anteojos y me mira con asombro. Dudando, esconde sus pies y se envuelve con la toalla.

—Disculpa… ¿Quieres repetirme lo que has dicho?

Mientras me hace la pregunta, levanta la cabeza y la inclina hacia un lado. Entonces fija su mirada en Muerto Fresco. Inmediatamente hace una mueca fea con la boca y luego levanta los hombros como muestra de duda y desinterés.

—¿Y quién es ese tipo? —vuelve a preguntar, sobándose cariñosamente uno de sus brazos.

Su cuerpo parecía estar untada con miel y yo parecía una hormiga parada a su lado. Mis ojos, completamente abiertos, no paraban de escudriñar su hermoso pecho. Permanecían fijos y apuntando directamente a sus redondos y grandes senos que se agitaban voluptuosamente con cada uno de sus movimientos.

—Tu primo —le respondo, balbuceando con timidez.

Caminando tranquilamente a paso lento, Muerto Fresco se acerca y ofrece disculpas. Carraspea tapándose la boca con la mano derecha. Le dice que yo me he equivocado y que la sortija era para la otra chica que ya había ingresado a la ducha. Ella arquea las cejas y se limita a mirarlo; permanece callada y con una expresión de asombro en el rostro, como no entendiendo nada. Yo la miro perplejo. Me quedo mudo y esperando no sabía qué. Mi cuerpo proyectaba una sombra hacia un costado y me daba la forma de un gigante. Sin pedírmelo, Muerto fresco me coge de la mano y me arrebata la sortija; luego me da un empujón con el culo y me saca de mi sitio; trastabillo. Sin entender, encojo los hombros y doy media vuelta, lo dejo; me voy lentamente adonde están los otros amigos.

Al rato se oye un grito y un cuerpo que corre a toda velocidad. Salta y se clava en la piscina. Era Muerto Fresco, que le había dado de nalgadas a la fulana.

Dos de los guardianes, después de seguirlo, lo cogen y se lo quieren llevar a la caseta. Todos los rodeamos y soltamos lisuras de alto calibre. Muerto Fresco lucha desesperado, tratando de soltarse. Zancudo se avienta, furioso, y suelta una chalaca que va directo al pecho de uno de ellos. Cae al suelo y se incorpora como un gato, pero con una expresión grave y tensa en el rostro, como si sintiera un fuerte dolor. Así se aleja, cojeando. Sorpresivamente, Cuchillo coge del brazo a Muerto Fresco y logra separarlo de los guardianes. Viéndonos libres, corremos a toda velocidad en dirección a las duchas. Al volver la cabeza y mirar a mis espaldas, veo que tres guardianes nos siguen dándole soplidos a sus pitos. Inmediatamente de ingresar a la ducha, cogimos nuestras ropas y salimos disparados, dispersándonos por todos los lados. Ya en la calle, lejos de la puerta de salida, y respirando agitadamente, escuchamos la voz de una mujer que nos llamaba. Era la prima de Muerto Fresco que llegaba a la piscina en ese preciso instante.

Loro

1 comentario:

  1. Ja ja ja... Por eso te quiero. La indiferencia no es tu fuerte. ¿Cuál será tu táctica? Por suerte te conozco PP. ¿Qué haces ahora? La barriada, los amigos de tu infancia... Te felicito, ahora, sí que has convertido el amor en humor... Saludos

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